martes, 3 de marzo de 2009

.:: Otro Final Para Antígona ::. Por Juan Pablo Gómez

Forografía: Aryam Ladera --Antígona y el Mar--2007


Después de enterrar y llorar a su padre-hermano Edipo como es debido, Antígona emprende el solitario regreso a Tebas. Es un viaje recorrido a pie, con un ritmo parsimonioso y lleno de pasos rituales. Antígona prefiere la noche para el viaje, para el trayecto. Aprecia el silencio, el errar y la luz de la luna. Opta por descansar durante la luz solar, aprovechando cualquier muestra de hospitalidad de algún nativo que guste alojarla; aunque la mayoría de las veces tenga que descansar a la intemperie. Los pocos hombres que la vieron o le dieron acogida en sus hogares coinciden al describirla: era una mujer de una pasmosa y opresiva belleza, pero insoportablemente melancólica. Parecía posesa por el más allá, con el que mantenía estrechos vínculos, decían. Alguno pensó que era una hetaira y preguntó tarifas; otro la vio tan vulnerable y solitaria que se animó a forzarla para violarla, pero la sintió tan incólume, imperturbable y desprendida del momento, que abandonó sus intenciones y perdió el deseo: “con una mujer así, es mejor desistir” pensó. Alguna vieja asegura haberla visto en el camino nocturno realizar un oscuro y extraño ritual, en el que adoraba a deidades de extraños nombres y recitaba versos que había compuesto ella misma. Tiempo más tarde, todos supieron que aquella oscura y perturbada beldad era la hija del gran Edipo, y todos creyeron entonces comprenderla, incluso alguno llegó a afirmar que si le hubiese tocado a él semejante destino, estaría todavía peor que ella.

Una noche de luna llena, estando a escasos dos días de camino que la separaban de Tebas, tuvo una revelación: en una magnífica y vasta llanura, una luz fulgurante y de color púrpura formaba figuras en un cielo casi azulado de tanta luz nocturna. Eran dibujos, danzas, señales que alguna deidad le hacía. Un ser divino buscaba su atención y escogía esta forma para manifestarse. Parecía una especie de cortejo cósmico, pero nefasto a la vez. Antígona no comprendía qué o quién la llamaba, pero estaba segura de que se trataba de un llamado y su fuerte intuición le decía que se trataba de un llamado que provenía de un ámbito inferior, más que superior; de un ámbito en el que la soledad y la noche son bellas y entrañables, un ámbito en el que se desprecia la luz y la racionalidad. Seducida por esas formas de engañoso fulgor en la vastedad de la noche, sintió un fuerte viento que la abrazaba, y supo que era un abrazo femenino. Un abrazo divino, que incluía la ternura, las caricias, los susurros y el aroma de una mujer; pero mucho más intensos. Sólo un muerto podía sentir así, como ella sentía en ese momento. El viento la hizo flotar levemente, y mientras desprendía con sutileza sus hermosos pies del suelo, sintió que sus labios fueron rozados por otros labios. Fue un beso terrible, porque Antígona comprendió que ya no podría ser besada por nadie más; nadie más podría hacerla sentir así. En ese instante, supo también que quería estar muerta y, como la vieja Sibila de Cumas, rogó a estas fuerzas extrañas y seductoras que le arrancaran el alma: “quiero morir”, decía una y otra vez, mientras era poseída por esta fuerza de penumbra y luz morada. Cuando abrió los ojos, pudo contemplar el ser que la poseía. Era la imagen más extraordinariamente hermosa que había visto en toda su vida: “una diosa”, alcanzó a susurrar. “Eres la amante y esposa del Señor de los muertos, eres Perséfone, mi Perséfone, quiero que me lleves contigo”, llegó a decirle, cas con un impulso adolescente. La diosa silenciosa la contemplaba a ella, con cierto embeleso; lo más terrible es que ambas se sentían correspondidas, y parecían no querer estarlo. Ambas querían sufrir. Pero Antígona todavía deseaba el sufrimiento humano, mientras que para la diosa el sufrimiento no era más que un detalle estético, que realzaba la belleza de los mortales. “Llévame contigo”, insistió Antígona. La diosa le acariciaba los cabellos, y mientras erizaba toda su piel (y toda su alma), le preguntó al oído, con la voz más sutil y profunda que jamás había escuchado: “¿Comprendes lo que esto significa? ¿Sabes lo que implica amar y ser amada por la muerte?”…Antígona, después de un profundo silencio y mientras sentía las manos de la diosa a través de su cuerpo etéreo y flotante, dijo: “sí, acepto”. En ese instante Perséfone desapareció, y con ella todas las sensaciones, la luz morada y el viento. Antígona se desplomó, cayó dormida y tuvo un sueño profundo. Cuando la luz del sol la despertó a la mañana siguiente, se levantó para continuar el camino y llegar lo antes posible a Tebas. Bebió mucha agua de un pozo arenoso y mientras se lavaba el rostro, recordó haber soñado algo: Perséfone le había dicho en el sueño que sólo le restaba una cosa por hacer en este mundo, que enterrara a los suyos y luego se uniría con ella para siempre.

Llegó a Tebas y supo, primero por rumores y luego por la publicación del edicto real, que Polinices no debía ser honrado con los rituales funerarios. Su tío (y tío-abuelo) Creonte, el reciente rey, consideraba un sacrilegio para la polis ofrecer el debido entierro a un traidor a la patria. Pero Antígona, que quería especialmente a Polinices, entre otras cosas porque siempre le pareció el más atractivo y el único de los cuatro hermanos que tenía los ojos de su padre, vio la ocasión para el martirio deseado. Pensó: “Quiero enterrar a mi hermano y luego morir; Perséfone se refería a esto, ella vendrá a buscarme y me quedaré con ella para siempre”…El resto de la historia transcurre tal como Sófocles quiso representarla. Pero cuando Hemón llega a intentar rescatar a su prometida la encuentra todavía con vida. Ella, con el rostro contrariado, le pide que vayan juntos hasta el mar y él accede gustoso. Viajan durante todo el día hasta llegar a la costa en la noche; a ella el viaje se le hizo largo y pesado. En la playa arenosa, Antígona decide entregarse a él, con cierta frialdad y algo de rigor que él no puede notar. Hemón y Antígona se aman durante toda la noche, mientras las olas rompen y el sonido se pierde. En el último momento de la madrugada, Hemón, exhausto y jadeante todavía, dice: “esto debe ser lo que llaman la felicidad”. Antígona sonríe, con una sonrisa maternal y maliciosa a la vez, y le dice: “No, mi querido, Hemón, la felicidad está más allá de lo humano”. Hemón, extrañado con la frase, que cree habérsela escuchado a su madre Eurídice años antes, cae rendido y se duerme en seguida. Entonces Antígona se pone de pie y abre sus brazos, como suplicándole al cielo y solicitando al más allá. Lentamente y con una gran sonrisa dibujada en el rostro entra al mar, como novia llegando a la boda, hasta que su silueta se pierde confundiéndose con las olas. Nadie la volvió a ver nunca más.

Hemón se despertó extrañado al principio, y finalmente desesperado por no hallar a su prometida por ninguna parte. Fue corriendo hasta Tebas, a ver si la encontraba descansando allá. Cuando le contó a su madre todo lo que había sucedido, su madre le explicó que Antígona nunca se había comprometido con él, sino con la muerte. La perturbación de Eurídice, al comprender que, a diferencia de ella, Antígona sí había sido correspondida enteramente por la muerte, la llevó al suicidio, lanzándose por la ventana. Hemón no soportó la pérdida de su madre y de su prometida el mismo día y optó por ahorcarse. El pobre Creonte creyó que tantas muertes eran responsabilidad suya, de su edicto y de sus tiránicas formas de gobernar y optó por envenenarse. Ninguno de ellos sabía que habían sido invitados a las bodas de Antígona con la muerte: fueron unas bodas famosas y espléndidas. Estaban Edipo, Yocasta, Layo, Creonte, Polinices, Eteocles, Hemón, Eurídice reunidos gratamente, como sólo podían estarlo en el más allá. Alguien preguntó por Ismene, pero luego se supo que sus relaciones con Antígona nunca fueron buenas y ella prefirió no invitarla. Y cuando Hades le preguntó abiertamente por su hermana, Antígona respondió todavía con cierto dejo de humanidad en la voz: “Esa es una envidiosa”.

AUTOR: Juan Pablo Gómez

2 comentarios:

zoRii ★ dijo...

zoRii babea*

Lo siento.. Debía decirlo..

Sencillamente... "NINWICHIWITO"

(zoRi no sabe que decir)

¬¬* jajaja..

zoRii ★ dijo...

*babea*

Lo sientoo.. Debía decirlo..


Sencillamente.. . .


*zoRii no tiene palabras*
*zoRii no sabe que decir*
*zoRii se da la vuelta y camina mirando al piso*


GENIAL!