John Keats
«Quise quedarme cuando morí de pena, quise quedarme pero me fui… Filosofía barata y zapatos de goma, quizás es todo lo que te di »
De aquella mesa no se puede rescatar demasiado pero su recuerdo es nítido, por ahí en algún rincón del espacio cibernético debe existir una fotografía del día en que nos conocimos, esto lo escribo casualmente con la misma Mafalda lectora estampada en mi franela, la misma Mafalda que tuve ese día. Todo lo que podemos decir sobre aquel día que valga la pena es que más allá de si el día fue fastidioso por las malas compañías, por la lluvia, por las desavenencias automovilísticas que padeciste, ese día tú y yo nos conocimos, sin deberle nada a nadie, tomando vino, y tratando de hablar. Desde ese día me invadió ese extraño sentimiento de familiaridad que con tan pocas personas tenemos en la vida, desde ese día me acostumbré a la idea de que tu partida me doliera.
«Más yo te pido un favor que no me dejes caer en las tumbas de la gloria»
Me arrepiento tremendamente de que tú y yo hayamos sido víctimas de una transición tecnológica de la ciudad, al menos para nosotros que no éramos tan amantes de los “devices” porque nos perdimos de tomar muchas fotografías y se me hace difícil poderte presentar la imagen como la atesoro yo desde aquellos momentos hasta hoy.
«Alguien debió conservar y cuidar con amor este jardín de gente»
Si yo hubiese tenido un device, como una cámara fotográfica, ese día hubiese tomado por supuesto una foto de aquella vez donde te vi por vez primera en el umbral de la dirección de deportes, esperando por tu kungfuteca, y le hubiese colocado unas palabras el dorso que dijeran algo como: “El día que te conocí, momentos antes de que olieras mi cuello sin vergüenza.”
« Qu'est ce que tu n'ferais pas pour la peau ? »
Y le hubiésemos tomado una fotografía al árbol que ese día me regalaste, tendríamos una foto nuestra en plaza cubierta, te hubiese fotografiado en el autobús totalmente empapado después de correr conmigo bajo la lluvia, te hubiese tomado otra en las escaleras mecánicas mientras enunciabas que era perfecta “You’re just fucking perfect.” ¿Recuerdas? Te hubiese tomado otra en la comida china, mientras hablabas de la biología de tu prima, otra en el cine mientras me contabas de Sergio por primera vez y otra… No, esa no la hubiese podido tomar, era el momento de la noche que correspondía a nuestro primer beso.
«Honey you are a rock, upon which I stand and I come here to talk, I hope you understand. Green eyes, yeah the spotlight shines upon you, and how could anybody deny you? Honey you should know that I could never go on without you. Honey you are the sea upon which I float and I came here to talk I think you should know. Green eyes you’re the one that I wanted to find… »
Así puedo recordar, las fotografías y las no fotografías, las mentales y aquellas que sí llegamos a tomarnos. ¿Recuerdas aquella de nuestro viaje donde salíamos los dos, yo con lentes de Léut, tú radiante de felicidad y le mostrábamos al mundo los dientes por nuestra felicidad? Más resulta que este no es un asunto de fotografías sino de recuerdos. Recuerdos como ese viaje, como otros viajes, como contemplar un atardecer en Puerto la Cruz desde el balcón tomando cerveza fría, como bailar a lo loco por no saber bailar, como cuando me cantabas un blues improvisado, como escuchar a Charly todo el año, invocarlo mientras paseábamos por la cota mil, como la primera carta que me diste, (nunca olvidaré el título) decía: “Fuck me, I love Keats.” Como reposar en tu pecho mientras me leías a Borges, como escuchar tu corazón mientras dormías y cómo temblabas cuando comenzabas a quedarte dormido, como intentar terminar el bendito Silent Hill terrorífico, como cuando me hiciste parte de tu sanduchería: sándwiches aplastaditos, sándwiches de filete de pimentón, bebidas de gelatina, como que te gustaba comer en “El Soledad”.
«Why did you lie and pretend this has to come to an end? I’ll never trust you again, it’s time you made your amends. Look in the mirror my friend»
Recuerdo que construimos toda una gastronomía: pasta del shaolín, pasta del ninjutsu, pasta arruinada con mayonesa, pizza de Marcelo’s, pizza de La Mamá de la pizza, el real past, el palmar, el kuang hua, panquecas de Léut, crema catalana, desayunos de Ramadán con muchos vegetales, huevos con menta, tortas, pie de limón y aquella vez especial de comida normalita que llevaba puré con la salsa que yo hacía y plátanos fritos. Recuerdo que me abrazabas en la cocina mientras cortaba los plátanos y que aunque me daba miedo cortarme jamás te hubiese pedido que me soltaras. Recuerdo cuando pinté sobre tu guitarra el ojo de Horus que tanto querías y le decías a Sergio al teléfono, mientras yo lo delineaba: “Sergio, ponte las pilas, nunca dejes a una mujer que dibuje bien.” Y sonreías.
Así tengo el recuerdo de miles de encuentros sexuales, que nunca fueron encuentros sexuales, en ese caso hubiese sido hasta agradable o medianamente soportable llevarlos conmigo, en cambio llevo el recuerdo de lo que significaba hacer el amor, del desnudarte por vez primera, y la segunda y la tercera vez.
«I’m your hell, i’m your dream, i’m nothing in between you know you wouldn’t want it any other way»
Llevo el recuerdo del sonar de la lluvia de los truenos y de la brisa violenta rozando mi espalda mientras hacíamos el amor cerca de la ventana. Tengo ese y todos los recuerdos, el recuerdo de que nos casaríamos, el recuerdo de tus lágrimas rodando por tu rostro diciendo: “No quiero empavar las cosas, pero yo quiero una familia contigo.”
También tengo el recuerdo de cómo me quedé todo un día esperándote, con tres meses de embarazo y nunca llegaste porque estabas con otra. Recuerdo que intenté terminar con todo y me contentaste y me lloraste diciendo que era imposible que terminara todo así dejando a un niño con su familia rota antes de que naciera.
¿Tú no recuerdas esas palabras?
Si te fuiste de mi casa alegando “una asfixia, una opresión tremenda, insoportable, una verdadera tortura” palabras que parecen de una persona dotada de su cordura, además oprimida por otra no tan cuerda, ¿cómo es que has cometido la locura de permitir que todo caiga tan bajo? Cómo es que en la “re-construcción” de tu vida no te has fijado en el minúsculo detalle de que me di a la tarea de darte el hijo que tanto pediste, sin reparar, sin resquemor y además con un halo de orgullo para que tú, ser de cerebro incipiente y de corazón embrionario, lo sometas ante todo a la imposibilidad de verte y en segundo grado a lo que si por ti fuera no sería más que la indigencia, qué clase de hombre eres tú, cuán bajo hay que ser para hacer eso con la vida de la gente.
De verdad no me voy a meter con tu vida actual porque se cae por su propio peso, la degeneración de tu cerebro cada día se hace más evidente (supongo que eso es contagioso) pero lamentablemente, además de todas las memorias que arruinaste has hecho un intento directo por dañar mi vida, y la vida de quien para mí es más importante en el universo: nuestro hijo. Así te pese o te duela, como hoy me pesa a mí tenemos un nexo indisoluble, así tú no tengas la responsabilidad, la sabiduría, la discreción, la seriedad, la sensatez, ni el uso de razón necesario para embarcarte en la natural tarea de brindarle amor a tu hijo (porque sinceramente me sabe a mierda si lo haces desde un universo paralelo de la inutilidad). La verdad es que me hago cargo de mi hijo, y de que otro tipo con muchísimas más bolas que tú se hace cargo del tuyo, le dice que lo ama, lo conforta, lo protege, lo lleva a la escuela, le brinda cuidado y conforma junto conmigo un hogar sano para ese hijo nuestro. Ya que no tienes muchas habilidades en este mundo primero desarrolla al menos la de la vergüenza y resguarda todo esto de la absurda situación analfabeta de un “Profesor piquito” escrito con “k” que se asoma desde un submundo de la poca imaginación y creatividad para pretender ridiculizar la vida de una mujer que muy humilde y naturalmente es de verdad, hace cosas de verdad, tiene tetas de verdad, familia de verdad y todo de verdad no esa pantomima de vida con la que tú sí eres capaz de lidiar. Segundo ahórrate el proceso de insultarme, de inventar estupideces sobre mí, de meterte con mi familia o con mi carrera porque esas no son cosas de hombre, son cosas que aunque quedan muy bien en la boca de la vedette iletrada con complejo de geisha que te buscaste, debes aprender a controlar por tu propia dignidad. Tercero asume que toda esta estupidez me ha recordado que le debes en primera instancia a la criatura más hermosa del planeta muchos momentos que merece y como sé que más te duele: demasiado dinero. Supongo que debo tomar cartas en el asunto de manera definitiva. Hoy me siento como siempre: “En la cressssssssssssssssssssssssta de la ola” como el Profesor “piquito”. Una imagen vale más que mil palabras.
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