jueves, 12 de agosto de 2010

.::Ensayos::. a propósito de "La Lengua del Corazón" de María Fernanda Palacios

"Si (como el griego afirma en el Cratilo) el nombre es arquetipo de la cosa en las letras de ‘rosa’ está la rosa y todo el Nilo en la palabra ‘Nilo’.”

Jorge Luis Borges- El Gólem-.

María Fernanda Palacios en su ensayo “La lengua del Corazón”, nos plantea que por un poder excesivo que se ha conferido a la palabra, se ha empobrecido nuestra experiencia de la lengua. Esto nos lleva a pensar que por lo tanto se han perdido muchos atributos que enriquecen nuestra expresión (el poder de la connotación, el poder para detectar la ironía y el de leer entre líneas entre muchos otros) Pudiera ser que la causa de este raquitismo de la enunciación se deba a que el lenguaje ha adquirido una impermeabilidad y nuestro discurso ha perdido esa visión periférica y la articulación se ha visto tristemente hipnotizada por la visión tubular de una modernidad que ha destruido la sustancia del lenguaje.

Cuántas veces es probable que hayamos encontrado un sentimiento de vergüenza ante nuestras humildes facultades imaginativas y ante la reflexividad. Esta fuerza que a través de las ideas nos propone acudir a nuestro probable futuro convirtiéndonos en aprendices de profetas por defecto. Ese sobrenatural atributo que nos lleva también a las reminiscencias de nuestros días de infancia y a los rincones de nuestra meditación donde reverberan en el pensamiento las nuevas sentencias que fraguamos. Sí, lamentablemente nos podría avergonzar porque de manera feroz los espacios del pensamiento han sido carcomidos por esta vida moderna que ya no quiere albergar estas “gentuzas” que andan como cavilando mucho para ser apreciados como un factor imprescindible dentro de nuestra sociedad. Lamentablemente nuestro entorno no ha admitido una utilidad dentro de lo que implica esa palabra gustosa a la que se refiere María Fernanda Palacios en su “Sabor y saber de la lengua”.

Hay una frase en su ensayo que integra considerablemente, quizá el argumento más preocupante: “La imaginación ha quedado relegada al jardín de infancia, a las clínicas psiquiátricas o a los talleres de poesía.” Esa indigencia de nuestra lengua de la que hablan tanto ella como Jorge Luis Borges que nos hace sentirnos estos poetas con los que Platón no quiere convivir nunca más. Sin embargo; hay una pulsión natural, cuando se padece (porque se padece) de esa sensibilidad especial hacia nuestra lengua que nos impulsa a ir al rescate de nuestros tan amados verbos. Por otra parte, María Fernanda Palacios nos expone que no es ese el propósito fundamental de su planteamiento sino, en cierto modo, el rescate de nosotros mismos: “La frontera de la que hablo está en nosotros, el basurero que digo es el que a diario llenamos con nuestros despojos vitales. Llegar hasta esos desechos es el trabajo que tenemos por delante, porque desde ahí es que podremos encontrar la pasión necesaria para habitar de nuevo las palabras.” Aunque pareciera ser una frase sin demasiada concreción, alberga una idea (o ideal) que requiere que, en este sentido, podamos asumir que debemos deshacernos de esa especie de pena que da el hábito de la reflexión, del embellecimiento de la palabra y de esa eterna excavación del pensamiento en oposición a esa automática posesión de un discurso estereotipado y reducido por las costumbres sociales que cada vez más nos advierte sobre la fugacidad y futilidad de los instantes del momento de nuestra lengua que nos tocó vivir. Así esto nos exhorta a que acudamos a nosotros mismos. De otro modo, ese “basurero” se estaría continuamente llenando de momentos que no podremos libertar para morar en esa sensibilidad que tenemos hacia nuestra propia voz.

Experimentación, juego, resonancia. Estas palabras podríamos aunarlas en este concepto de la reflexividad. Esto quiere decir que es a través de este juego con el pensamiento y de estas constantes permutaciones de las letras es que encontraremos ese sentido primordial y la pasión que tanto ha perdido nuestra lengua. Es tan sencillo como que tristemente ya la mayoría de los seres humanos no se están deteniendo a pensar porque sencillamente no hay tiempo y más que tiempo no existe el espacio de la conversación reflexiva, nuestra vida ha sufrido la irrupción de tecnologías como el teléfono; luego el celular, en consecuencia el fatal mensaje de texto que reduce nuestro amor, añoranza, compromiso, humor y pensamiento a sólo unos pocos caracteres y nos han alejado además de la visita al amigo, de la epístola manuscrita, del almuerzo en familia, y en preocupantes casos, hasta de la conversación en la cama. De tal manera, también en muchos sentidos, de la belleza que implica compartir un idioma, una cultura y una lengua porque a duras penas se comparte.

¿Qué más da? No será muy ortodoxo pero al menos aún tenemos unos aparatos sociales que conocemos como bares que nos permitirán (si la música no es muy alta) rescatar con uno que otro amigo algún momento donde predomine la desinhibición que nos proporcionan nuestras cráteras repletas de ambrosía y sea posible al fin hablar, paradójicamente, sobre lo que pensamos. Aunque no siempre al otro día recordemos mucho del resonar de nuestra lengua.

“Oídos con el alma, / pasos mentales más que sombras, / sombras del pensamiento más que pasos, /por el camino de ecos/ que la memoria inventa y borra: / sin caminar caminan/ sobre este ahora, puente/ tendido entre una letra y otra. […] El sol abre mi frente, / balcón al voladero/ dentro de mí.”

Octavio Paz - Pasado en Claro- (Fragmento).

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