jueves, 12 de agosto de 2010

.::Ensayos::. Tiempos Violentos

“Este mundo exclamará por siempre la película que vi una vez
y este mundo te dirá por siempre
que es mejor mirar a la pared.”

-Carlos Alberto García Lange-

Hay unos tipos que salen con esperanza a las cinco de la mañana, unos tipos insomnes que se han cansado de su balcón y protegen del tiempo los últimos cigarrillos amorfos. Guardan la ilusión de que la contemplación del domingo a las cinco de la mañana sea diferente de la que hacemos el resto de los días. El domingo tiene un valor especial, que está subvalorado porque en pleno amanecer es, en su inmensidad, mayormente vacío. ¿Es así?

La ciudad está deshabitada parcialmente, el rumor de los autos es escaso y asemeja a las olas del mar. Los contempladores observan con cuidado y curiosidad la breve inutilidad de los semáforos. Los sitios por donde caminamos constantemente se reescriben, cambian nuestros gestos y nos permiten andar por ahí, fluyendo con el rayar del alba, observando con asombro anuncios publicitarios que gritan: “Keep Walking.” Así realizamos nuestro sorprendente paseo, sorprendente porque nos mezcla con las frecuentes mutaciones de nuestra ciudad; lo que estaba acá ya no está, en lo que estaba hay otra cosa, y si no hay nada, está el sentimiento que obliga a la gracia a copular con su enemiga desgracia, sentimiento llamado nostalgia.

Conforme damos cada paso, se esfuma el segundo del que sólo tendremos memoria, memoria que para nosotros será televisiva, quizás televisada; cinematográfica. Lo que nos queda de nuestros momentos es esa voz que nos grita: está esto, está aquello, me hace falta lo otro… Por los ojos se nos escurre el alma desesperada pensando: Esto no volverá. Damos tumbos de preocupación. Más adelante, enmarcados por los árboles de la ciudad, verdor cuya magnificencia es generalmente ignorada, menospreciada, quizá sonreímos por un sentimiento agradablemente familiar que nos dice: vendrán tiempos mejores. La falta de certeza nos deja impreso en el rostro el gesto de la resignación, del ir conforme se nos coloca el camino delante. Nuestra expresión no es particular; vestimos con orgullo la cara, manos y pies que nos fueron asignados en la repartición de cuerpos, seguimos caminando y quizás en ese sol 8:00 a.m., platónico (de plato, no de Platón) germina una vez más en nuestro espíritu el irreductible e inadvertido sentimiento de la melancolía, pero, ¿A quién podríamos engañar poniendo este asunto como sorprendente y novedoso cuando alguna fuerza nos sacó de casa a las cinco de la mañana para fumar un cigarrillo acechando el amanecer?

Caracas tiene muchas particularidades. Mirarla es agradable. Hemos desarrollado una especie de gusto por la observación de todos sus fenómenos, desde las avenidas que huelen a bosque, hasta los sectores humeantes de la Baralt. Hemos aprendido a disfrutar tanto del café por allá como por acá porque se ha desarrollado una fascinación por todo lo que es la ciudad, por los miles de países que están integrados en ella. Por todo lo que ella representa. Sus calles nos cuentan la historia de miles de personas, tanto de los que tienen pasión por las artes y los lugares sibaritas, como de aquellos que extienden la mano pidiendo limosna. En una misma ciudad están el motorizado enflusado, el motorizado con camioneta último modelo y el de a pie, el contemplador.

Así, conforme imprimimos nuestros pasos, vamos creando nuestra propia historia, haciendo registro de ella mientras probablemente somos además los observados, esa es una de las historias que tenemos para contar.

Caracas es una ciudad ambivalente, por una parte muy amable, por otra, muy violenta. Peor que ver un titular que diga: “Linchado, quemado y arrastrado violador de niñas adolescentes”, es ver a la caterva que lincha, quema y arrastra al tipo. En Caracas esto es posible.

Las anécdotas del Caracazo son infinitas, mientras unos cuentan cómo corrían por la avenida Nueva Granada, literalmente, sobre los cadáveres esquivando balazos intentando salvar sus vidas, otros cuentan sobre la desesperación que reinaba esos días ante el desabastecimiento. En los sectores más necesitados las madres cuentan cómo hacían sopa con los periódicos para poderle dar una especie de sustento a sus familias. Miles se aproximaban a los establecimientos comerciales buscando desesperadamente alimentos, acá a eso se le llama saqueo. Lo recuerdo especialmente porque llegó mi hermano ese día a la casa, cargaba unas cajas con gesto de “estamos salvados”, y con un amigo, decidió abrir la caja en busca de algún preciado manjar, dentro de la cajas lo que los esperaba eran cientos de botellas de salsa inglesa con las que supongo mi familia hizo la comida de una década.

Es una verdadera lástima que el provecho que se le saque en este país a toda esta anecdótica, sea tan paradójicamente escaso a nivel cinematográfico, pues tenemos miles de versiones de Pulp Fiction, quizá alguna especie de desconocida versión de Natural Born Killers andando en este instante, por ahí en el anonimato. No tenemos una forma certera de saber qué demonios pasa en esta ciudad, ni tampoco por qué tanto nos fascina. Lo que nos queda es abrazarla tal como es, no podemos negar cuanto nos gusta. Quizá, en domingo pueda tranquilamente dársele la espalda para contemplar “El Ávila”, disfrutar un poco de ese vértigo verde, mientras viciosos nos aferramos a la nostalgia y a un cigarrillo. Quizás alguien nos esté observando.

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